Comunidad o agregación

En los últimos días, EL MUNDO volvía a hacer lo que suele -es decir, informar de lo que los demás no cuentan- y, en Gran Bretaña, el Financial Times anunciaba una nueva estrategia digital first, o prioridad a internet, que entre otras cosas entraña -como en todas partes- una dolorosa pérdida neta de 25 puestos de trabajo en la redacción, con bajas incentivadas para 35 personas y contratación de 10 nuevas, éstas especialistas en medios electrónicos. Dos acontecimientos paralelos que tienen que ver con la transformación del periodismo hoy en curso.

El paulatino encogimiento del FT -es aún reciente el cierre de su edición alemana- es un toque de alarma porque se decía que la prensa financiera era más inmune a la crisis, por el valor añadido, palpable, que se le supone. Así que algunos llegarán a la conclusión de que, como en todo, en la información económica también vamos a la fragmentación, a la multiplicación en internet de medios -blogs incluidos- mucho más pequeños que los tradicionales, que el usuario luego podrá agrupar cómodamente, convertido en agregador individual -hay múltiples aplicaciones para hacerlo-, para tener su periódico digital personalizado.

Siendo eso cierto, y ya muy extendido, hay algo que la agregación no suple: el sentido de comunidad, de participar en un proyecto intelectual y en una forma de informar y de opinar, que se alcanza siendo lector, oyente o espectador de algunos de los medios más tradicionales, incluidas sus versiones en internet. Para muchos ciudadanos, la comunidad implica seguir un medio con cuyas informaciones y noticias se coincide al 90% y que ratifica nuestras creencias. Ya se sabe: El País no destapa escándalos de la izquierda, La Razón hace las veces de boletín interno del PP, La Vanguardia sigue al poderoso de turno, etcétera.

Lo de EL MUNDO es un poco más complicado. De Filesa a Bárcenas pasando por José Blanco y Urdangarin, su información puede irritar alternativamente a casi todos. Y no digamos sus contenidos de opinión y crítica, plagadas de seres variopintos que suscitan, también según a quien, filias y fobias. Incluso columnistas cobardemente agazapados tras noms de plume -Vicente Salaner, Fernando Point, Secondat, Joan Merlot...- , muy atinadamente denunciados por uno que firma con nombre y apellido de doble inicial sonora, Salvador Sostres.

Sin embargo, hay unos cientos de miles de españoles que opinan que lo de la libertad y el pluralismo, incluso las contradicciones internas, enriquece un medio y le da más credibilidad. Es una forma distinta de hacer comunidad, pero funciona. En papel o en el ciberespacio.